De normal me paso todo el
día riendo, haciendo el idiota e intentando ser el mejor en cada cosa que hago,
pero a veces me pongo triste me duele la vida, el mundo y las manos de señalar
a los tontos que miran el dedo y no a quien provoca las injusticias.
No soy más que un caos
emocional. Irracional y desesperado. Porque violentos no somos los que
cuestionan las normas, sino quien provoca las desigualdades sociales y no te
deja denunciarlas con sus leyes mordazas.
Me duele la vida que le
han arrebatado a quien luchaba a favor de cambiar las cosas.
Me duele la guerra de un país que
probablemente jamás pisaré y es que “pienso que nunca podréis ver la parte
bonita del mundo si cerráis los ojos cuando veis la mala"
Me duelen terriblemente
los labios de esas personas que callan todas esas cosas que quieren gritar pero
por miedo a tener razón y no gustar a quien les atormenta con su gobierno lleno
de medidas opresoras optan por el maldito silencio.
Me duele el pecho por
todas esas flores que junto al cadáver de recuerdos se marchitaron sin una sola
mención a quien pago con la muerte el pensar diferente.
Me duelen las mentiras y
el que ya no sea el amor el que mueva el mundo; sino la corrupción, el dinero y
el ansia de poder envenenado por todos esos cómplices que solo miran.
Me duele la fe de quien la
impone ante el resto y se cree con la potestad absoluta de la verdad y de
decidir sobre el cuerpo y las conductas de los demás. Ojala en la otra vida
sigan siendo igual de infelices pero sin jodernos. Ya que a veces es literalmente.
Me duele crecer en una generación
de degeneración y autodestrucción. De ser los más preparados y los que más
vuelos cogemos para marcharnos. Fuga de cerebros lo llaman los periodistas,
movilidad exterior lo llama nuestra querida ministra y sepultar a toda una generación
de personas brillantes lo llamo yo.
Me duele que la gente ya
ni se conmueva al ver llorar a alguien. Que la marca España, sea literalmente eso,
un estigma de todas esas personas que hoy duermen en la calle habiendo pisos vacíos
pagados con nuestros impuestos.
Mario Carrión y Ángela Monzón